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Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro:
Disponible para: Lectura online, lectura en nuestras apps para iPhone/Android y envío por PDF/EPUB/MOBI a Amazon Kindle.
ISBN: 9781451673319
Editorial: Simon & Schuster
Un mundo donde los bomberos no apagan incendios, los provocan. Un mundo donde leer libros está prohibido y el pensamiento propio es visto como una gran amenaza.
Acompaña al protagonista Guy Montag a través del descubrimiento de que quizá no todo lo que damos por sentado en nuestra realidad sea una verdad neutral y absoluta.
Guy Montag llevaba en su casco de bombero el número 451. Quemar cosas le representaba un enorme placer. Quemar casas y quemar libros era su trabajo y lo disfrutaba realmente.
Un día, comenzó a sentirse extraño mientras caminaba rumbo a su casa. Su cuerpo cargado de experiencia notó que la temperatura había cambiado y pudo sentir que alguien lo observaba. Allí estaba una muchacha, quien supuso era la nueva vecina.
Cuando estuvieron lo suficientemente cerca, comenzaron a hablar y se presentaron casi sin darse cuenta. El nombre de ella era Clarisse y adivinó rápidamente que Guy era un bombero, a juzgar por su uniforme.
Montag le preguntó cuántos años tenía y le ofreció acompañarla hasta su casa. Caminaron en la noche ventosa, tibia y fresca a la vez, por la acera de plata, y el débil aroma de los duraznos maduros y las fresas flotó en el aire. Montag miró alrededor y pensó que no era posible, pues el año estaba muy avanzado.
Clarisse le dijo que tenía diecisiete años y que estaba loca. Le contó que le encantaba caminar por la noche, que le gustaba oler y mirar, y algunas veces se quedaba levantada para ver la salida del sol.
La muchacha le preguntó desde cuándo era bombero y si había leído alguno de los libros que quemaba. Montag rio, la ley dictaba que estaba terminantemente prohibido leer.
“Es un hermoso trabajo. El lunes quemar a Millay, el miércoles a Whitman, el viernes a Faulkner; quemarlos hasta convertirlos en cenizas, luego quemar las cenizas. Ese es nuestro lema oficial”, dijo Montag.
“¿Es verdad que hace muchos años los bomberos apagaban el fuego en vez de encenderlo?”, preguntó Clarisse. El hombre se echó a reír nuevamente y le dijo que pensaba demasiado. Clarisse le respondió que casi nunca veía la televisión mural, ni iba a las carreras, ni a los parques de atracciones, por lo que le sobraba tiempo para pensar.
Cuando llegaron a la casa de Clarisse, todas las luces estaban encendidas. Ella se despidió pero, antes de entrar, volvió hacia Montag y le preguntó si era feliz. Montag, sorprendido, no pudo reaccionar antes de que Clarisse ya se hubiera metido en su casa.
Montag pensó que la pregunta de Clarisse era una tontería, mientras metía la mano en el guante-cerradura de la puerta y esperaba a que le reconociera los dedos.
La puerta se abrió de par en par. Su esposa, Mildred, yacía en el piso, inconsciente, producto de una sobredosis de pastillas para dormir. En la desesperación, unos extraños médicos llegaron para auxiliarla y le dijeron a Montag que debían realizarle una transfusión sanguínea a su esposa.
A la mañana siguiente, Mildred se encontraba como si nada hubiera pasado, negando rotundamente haberse tomado todas las pastillas. La sangre de esta mujer era nueva y parecía haberle hecho algo. Las mejillas eran ahora muy rosadas y suaves, y los labios muy rojos y frescos.
Con su esposa fuera de peligro, Montag salió a la calle y en el camino se topó de nuevo con Clarisse. La muchacha tenía un diente de león y le dijo que quienes se pasaban un diente de león por la cara y les quedaban residuos de la flor en la barbilla era porque estaban enamorados.
Ambos hicieron la prueba, pero solo a Clarisse le quedaron restos del diente de león en su rostro. Esto desilusionó a Montag, quien proclamó que no podía ser cierto, ya que él estaba muy enamorado.
La muchacha le pidió disculpas por incomodarlo y le dijo que tenía que irse a una cita con su psiquiatra, a quien le obligaban a ir a ver, y para quien inventaba cosas que decirle.
Montag y Clarisse compartieron varias caminatas juntos desde ese día. Ella le dijo que le parecía muy extraño que él fuera un bombero, porque él era diferente. Montag se sentía tan extraño cerca de la muchacha. Ella de algún modo le había habilitado un mundo distinto al que conocía y de repente todo lo incuestionable a su alrededor ya no lo era.
A partir de este momento, Guy Montag empezó a preguntarse si eso a lo que los tenían acostumbrados era lo normal, si no había cosas más allá de lo que se decía. Comenzó a analizar su propia vida y pensó que quizá no era feliz y tal vez no estaba enamorado de su esposa, a quien incluso parecía no conocer demasiado.
En una ocasión, Montag le preguntó a Clarisse por qué no iba a la escuela. La joven le respondió que de todos modos no la extrañaban, por ser rebelde e inadaptada. Después de compartir tantas charlas, llegaron juntos a la conclusión de que la gente no hablaba de nada.
Una noche, una llamada anónima al cuartel de bomberos denunció un domicilio donde se escondían libros. En cuestión de minutos, los hombres con trajes a prueba de fuego arribaron a la casa donde atraparon a una mujer que en ningún momento pretendió escapar.
Guy observaba desde lejos mientras los bomberos destrozaban la casa buscando los libros denunciados. Cuando los encontraron, uno de ellos llegó a manos de Montag, quien, luego de leer un párrafo, decidió quedárselo a escondidas.
Los bomberos bañaron toda la casa con gasolina mientras la mujer gritaba furiosa que no podían llevarse sus libros. Sorpresivamente, fue la mujer quien encendió el fuego que terminaría quemando toda la casa y a ella misma.
Montag comenzó a reflexionar sobre los libros y a sentir curiosidad por ellos. Pensaba que detrás de cada libro había existido alguien que lo escribió por alguna razón y que era muy triste que ahora llegase un bombero y lo convirtiera en cenizas en cuestión de segundos.
A Guy Montag se le presentaron muchas preguntas respecto a los libros y decidió hablar con Beatty, el jefe de bomberos, para que le explicara sobre aquellas cosas que no entendía. Beatty le dijo que un libro era como un arma cargada en la casa vecina y que debía ser quemado porque quién sabía cuál podría ser el objetivo del hombre que leyese mucho.
El jefe de bomberos, un poco preocupado por las curiosas preguntas de Guy, le insistió con la idea de que ningún libro contenía algo que valiera la pena, pero que, si a algún bombero lo venciera la curiosidad y se llevara alguno a su casa, tendría 24 horas para convencerse de lo absurdo que es, porque de lo contrario, los otros bomberos se encargarían de resolverlo.
La nueva relación de Montag con los libros le hizo recordar a Faber, quien había sido su profesor de literatura 40 años atrás.
Buscó en sus viejos archivos y encontró la dirección y número de teléfono de aquel anciano que nunca había vuelto a ver. Montag decidió llamarlo y, luego de identificarse, le preguntó si existían ejemplares de la Biblia u obras de Platón. Faber simplemente le contestó que ya no y colgó el teléfono.
Montag le enseñó a Mildred el libro que había conservado. Le dijo que era El Antiguo y Nuevo Testamento, y que probablemente fuera el único del mundo. Mildred se mostró muy molesta y le pidió que regresara el libro o que lo quemara. Montag aceptó, pero dijo que antes de regresarlo debía asegurarse de tener un duplicado.
Una tarde, Montag fue a la casa de Faber, quien lo recibió muy asustado, diciéndole que se fuera porque no había hecho nada malo. Montag le pidió que lo dejase entrar y le mostró que traía un libro.
Al ver esto, Faber lo dejó pasar; al preguntar por el motivo de su visita, Guy le contestó que ya nadie escuchaba, que la gente no pensaba y solo se pasaba el tiempo mirando televisión, y que debían hacer algo al respecto.
Guy le propuso a Faber que se unieran para conseguir libros y reproducirlos. Su plan consistía en recolectar la mayor cantidad de libros posible y llevarlos a las estaciones de bomberos para que no quedase más remedio que terminar incendiándolas. También pensó en reclutar a viejos letrados inconformes, actores, poetas censurados, para llevar a cabo el plan.
Al principio, Faber le dijo que era una locura y se negó a ayudarlo. Entonces, Montag le pidió de regreso la Biblia y comenzó a deshojarla hoja por hoja. Frente a esto, Faber se alteró, pero reaccionó y accedió a colaborar con Montag.
Antes de despedirse, el anciano le enseñó a Montag uno de sus inventos: un chip que se colocaba en el oído y permitía la comunicación a distancias considerables. Faber le colocó el chip en el oído a Montag, quien salió de la casa comunicándose con él.
Cuando Guy decidió devolver el libro que poseía a Beatty, este lo insultó, diciéndole que era un tonto llevando tan tranquilamente ese libro como si nada. Montag apoyó el libro en la mesa y este fue quemado al instante por Beatty. Antes de que Guy pudiera decir algo, la alarma de la estación comenzó a sonar.
Todo el equipo se preparó, y cuando llegaron al domicilio señalado, Montag no podía creerlo: se trataba de su propia casa, e iban a quemarla.
El capitán Beatty le dijo a Montag que había sido advertido mientras Guy miraba a sus compañeros romper las ventanas con las hachas para asegurar una buena ventilación.
Beatty le dijo a Guy que tenía que ser él mismo quien quemase su casa con un lanzallamas y que una vez que finalizara, sería detenido. Montag quemó su hogar sin presentar resistencia alguna y preguntó al capitán si había sido su esposa quien lo había delatado. Beatty respondió afirmativamente.
Una vez que terminó de hacer cenizas su casa, abrió el seguro del lanzallamas nuevamente, amenazando al capitán Beatty. Después de pronunciar el famoso dicho del capitán “No te enfrentes con un problema, quémalo”, abrió el lanzallamas y mató a Beatty, quemándolo vivo.
Guy tomó de los vestigios de su casa cuatro libros que tenía ocultos y huyó. Inmediatamente, la policía fue alertada y comenzó la cacería del asesino del jefe de bomberos.
Pasados varios días, Montag llegó a la casa de Faber, quien ya lo daba por muerto. Montag puso al corriente de su situación a su antiguo profesor y este le dio instrucciones para que saliera seguro de la ciudad.
Faber le dijo que debía llegar a unos rieles que lo meterían en un bosque habitado por refugiados nómades, quienes en su mayoría eran egresados de Harvard, y con ellos podría refugiarse.
Antes de que Montag se despidiese e iniciase su expedición, la televisión los interrumpió con la noticia de que Guy Montag seguía libre y que un sabueso mecánico, capaz de diferenciar diez mil olores distintos, le seguía el rastro. Faber enumeró una serie de recomendaciones para despistar al sabueso y Guy emprendió su viaje.
Después de tener que ingeniárselas varias veces para esquivar al sabueso mecánico, Montag llegó al río que lo llevaría directamente a los rieles. Logró huir con éxito del sabueso flotando aguas abajo por el río y dio con un grupo de antiguos escritores, clérigos y académicos que estaban reunidos alrededor de una fogata.
El líder del grupo, un escritor llamado Granger, le dio la bienvenida y le ofreció un brebaje que cambió su pH de tal manera que el sabueso no pudiera detectar su presencia.
Granger le explicó a Montag que cada refugiado había memorizado obras literarias con el propósito de que algún día, cuando no corrieran riesgo, pudieran imprimirlas y hacerlas circular nuevamente.
Montag descubrió que, mientras huía, la guerra había estallado. En medio de los conflictos, estalló una bomba atómica que destruyó la ciudad. Los refugiados entendieron entonces que era su oportunidad de empezar de nuevo y fomentar una sociedad donde los libros y el libre pensamiento pudieran florecer.
Un cielo repleto de estrellas cubrió a los hombres mientras emprendían la marcha a la construcción de un nuevo mundo.
Este clásico literario de Ray Bradbury sigue invitando a nuevos lectores a poner sobre la mesa ciertas dinámicas alienantes de la sociedad y poder así construir un pensamiento más crítico en torno a ella.
En “1984”, de George Orwell, podrás encontrar otra novela sobre una realidad distópica que invita a la reflexión sobre distintas prácticas que se dan dentro de la sociedad.
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